Por: Esther Rodríguez
Sólo quien ha pasado por un gran dolor o una gran pérdida, sabe constatar el valor de la fe. Yo creo que la fe está directamente ligada a nuestra madurez, porque ella nos da respuesta y nos coloca en comunión con Dios y la esperanza frente a las grandes interrogantes y dificultades de la vida.
En los momentos de dolor, la fe provoca en nosotros un profundo sentido de coherencia y rehace la unión quebrada, tanto en nuestro ser como con nuestros familiares.
Se oye mucho decir que la muerte cambió la vida de ciertas personas y trajo la unión entre parientes que desde hacía mucho tiempo se mantenían distanciados. Realmente es en los momentos de dolor cuando percibimos lo que de veras tiene valor y merece ser preservado en nuestra vida.
Así como el viento libera al árbol de las hojas marchitas y de los frutos podridos, de la misma manera el dolor, como un vendaval, nos limpia, nos purifica y nos deja fortalecidos. Es fantástico, porque sacamos del dolor una fuerza de la transformación.